domingo, 27 de novembro de 2011

MAR DE FONDO

Como era de imaginar el vigía apuntaba y retransmitía detalladamente todas las novedades al timonel quien aguardaba con su pipa apagada entre sus largos y huesudos dedos. Sentado cómodamente en la sala de control no apartaba su mirada del brumoso horizonte, lo cierto es que ya estábamos exactamente a dos grados de estribor y rumiando, apenas pudimos entender que a lo lejos se divisaban otras pequeñas naves que realizaban su faena diaria. Concretamente, pudo comentarnos que tambien habia observado una obsoleta embarcación que pertenecía al Grupo Exportador Arenero del Pantano y con esos datos, suponíamos que ya estábamos cerca de algún puerto vecino. Ironcamente pensé que hasta podría comprarme una caja de cigarrillos mentolados, pues los que había llevado conmigo se cayeron al mar justo en el momento que subíamos a la nave y sinceramente estaba ansioso por fumar uno de mis cigarros preferidos. Por cierto, tanto los oficiales como el resto de la tripulación fumaban cigarrillos rubios comunes, negros y otros en pipa, pero yo no podía acostumbrar mi paladar a esos tabacos, así que decidí aguantarme mascando chicle para calmar los nervios. Y que nervios ¡Madre Santa! Pues esa era la primera vez en mi vida que subía a un submarino y confieso que seria la ultima, pues no soportaba estar encerrado en el fondo del mar ya que sufría de claustrofobia y además me atemorizaba que el comandante solo conducía a tientas y a ciegas con apenas la voz del vigía que informaba desde la superficie o con los datos que aportaban sonaristas en las profundidades. Tranquilo que en poco tiempo mas atracaremos en el embarcadero militar para cargar provisiones y si lo desea puede bajar a tierra un momento, pero sin alejarse demasiado ya que partiremos de inmediato. Comentó uno de los suboficiales – al ver mi cara totalmente desencajada por el pánico y la ansiedad de estar en suelo firme. De pronto, mientras intercambiábamos algunos comentarios pueriles, vimos entrar al comandante a la pequeña sala privada de comunicaciones situada al pie de la escalera, donde presumiblemente recibiría las ordenes correspondientes al arribo clandestino de la nave en la Dársena Sur del Río Maracaibo, pero por lo visto no fue así ya que con sus facciones desencajadas dijo algo al oído de uno de sus hombres, subiendo luego hasta la proa que estaba en ese momento a siete metros arriba de la superficie marina. Intempestivamente, allí fuimos todos detrás de él con el propósito de escuchar algún comentario halagüeño. Lo cierto es que al comandante no le salía ni una sola palabra de su boca y entre una pitada y otra solo observaba el horizonte con desazón y desconsuelo, desde esos claros ojos grises metalizados que le imprimían una mirada desafiante y fierina, nos dejó entrever que nuestros compañeros de la División Superior nunca volverían a pisar la tierra.

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