terça-feira, 18 de agosto de 2009

LA LINEA IMAGINARIA

La persistente alarma de un buque pesquero, hizo reaccionar intespectivamente a los tres sub-oficiales de la Guardia Marina, quienes aburridos por la poca actividad que había ese día se encontraban acostados en sus correspondientes camarotes, sin prestar demasiada atención a los casi inaudibles mensajes que emitía la radio. De pronto; entre el plomizo cielo que se fundía con las calmas aguas, vieron emerger una oscura sombra gigantesca de características monstruosas y dándose aliento unos a otros, coincidieron en afirmar que era una simple ilusión óptica producto del exquisito vino que habían bebido junto con la suculenta comilona que se propinaron horas antes de dormirse. ¡Chiste de marineros! - Diría el Capitan – luego. Lo cierto es que las imperceptibles señales de socorro, hacían prever que se encontraban a corta distancia de un naufragio; aunque si lo imaginado fuera real - pensaron - a partir de ese momento se les terminaba la calma chicha y comenzaba el arduo trabajo de rescate. De todos modos; ninguno de ellos podía hacer nada hasta escuchar las ordenes de los superiores; hasta que de pronto alcanzaron a escuchar una desesperada voz por el megafono. - Tripulación ¡Manos a la obra! – alcanzó a decir el comandante – momentos antes de ser despedido de su posición por una inmensa ola. Luego, vinieron otras tantas ordenes que todos los subordinados cumplían a rajatabla y aunque muchas veces no estaban de acuerdo con el Capitán, todos se ponian a disposición pues - otra no les quedaba - ya que; si desobedecían sus indicaciones serian sancionados y no podrían volver a subir al barco. Así fue que contra su propia voluntad se dispusieron a socorrer a ocho náufragos que justo en la línea imaginaria que divide la frontera marítima entre una provincia y otra, permanecían aferrados a un vetusto bote salvavidas. Pero eso, no terminaba allí pues aun quedaban por rescatar otros siete marineros que - según sus colegas - habían quedado atrapados al fondo de la embarcación. Lo llamativo del siniestro es que el antiguo buque pesquero en cuestión, tenía – antes de hundirse - veinte metros de eslora y capacidad para cinco mil kilos de pescado, mas cuando los intempestivos vientos submarinos lo atraparon en plena faena, perdieron todo lo pescado. Evidentemente, la nave pudo haber zozobrado a medianoche sin poder evitarlo y podría estar perdida en la neblina o sumergida ya en lo profundo del océano, pues a pesar de su porte, no se veía ningún rastro de ella. Tampoco se recibían noticias de su capitán, así que no dudaron en pedir ayuda a la Fuerza Aérea, convocando a la vez a un grupo de buzos tácticos para que los ayudaran a efectuar el rastrillaje correspondiente. Lamentablemente, luego de una infructuosa búsqueda durante todo el día, se dieron por vencidos, retornando al lugar a la mañana siguiente donde tampoco pudieron dar con la posición exacta del buque pesquero, ni con los demás marinos. Ya al tercer día del naufragio, fueron sorprendidos por un pavoroso temporal de lluvia y viento no pudiendo hacer otra cosa que tratar de salvarse ellos mismos, intentando mantener su propia embarcación en optimas condiciones para continuar posteriormente, su labor de salvavidas. Mientras realizaban esa ardua tarea abordo, recibieron un nuevo mensaje entrecortado de una nave foránea, confirmando que el presunto buque pesquero siniestrado, había sido avistado a la media noche yéndose a pique a quince millas de la línea imaginaria. Oído esto el capitán se conectó por línea privada con la base de Prefectura Nacional para notificarlos de las novedades, recibiendo en ese momento la orden de regresar inmediatamente a puerto. También - enteranse en esa oportunidad - que un centenar de cajones de pescado estaban desparramados frente al golfo, golpeándose unos con otros, bajo riesgo de chocar a las embarcaciones del Club Irlandés que estaban ancladas al borde del espigón costero. Seguidamente, el Capitan Juan Descartes transfirió las ordenes que recibiera de la Base a toda su tripulación quienes sin dudarlo, pusieron proa al Este, calculando que con el viento en contra llegarían a demorar mas de cinco horas en llegar a la orilla. Lo curioso, es que dos de los náufragos rescatados de la otra nave le imploraron de rodillas al capitán que no abandone la búsqueda de sus compatriotas e intentara un poco mas hasta dar con el paradero del buque pesquero averiado. Haciendo oídos sordos al reclamo de esos hombres la tripulación se dispuso a acatar las ordenes de sus superiores emprendiendo el regreso a puerto ya que todo el esfuerzo hasta el momento había sido en vano. Tras desplegar sus velas, intentaron apaciguarse y mantener la calma, ante la inclemencia de un viento feroz que se desató sobre la superficie. Evidentemente, mucho no se podía hacer pues las ráfagas eran muy fuertes, aunque felizmente no llovía. De todos modos, aun estaban a un cuarto de legua marítima y el panorama climático no era muy alentador que digamos, pues a lo lejos se divisaban intermitentes relámpagos y posibles rayos que desafiaban mágicamente a los valientes hombres de mar. Asimismo; no se dieron por aludidos, ni se amilanaron por la tempestad ya que habían vivido anteriormente situaciones peores y aunque les preocupaba dejar atrás a los posibles sobrevivientes del naufragio la consigna era resguardar primero sus propias vidas, pues a esa altura de los acontecimientos, nada podía hacerse para rescatarlos. De todos modos, poco antes de llegar a destino, se cruzaron con otra nave de Prefectura quien solicitaba se detuvieran para cargar a los pasajeros del buque perdido, pero como estaban muy agotados, pasados de hambre y con sed de agua dulce, se negaron a colaborar. Evitando volver hacia atrás y no queriendo insistir en la búsqueda de otros posibles sobrevivientes del buque pesquero, algunos miembros de la tripulación, se declararon en rebeldía y desacataron las nuevas ordenes, implorando que también a ellos se los llevaran a tierra. Ante la negativa de cargar con los cinco hombres, desmontaron un bote salvavidas y largándose mar abajo por su propio riesgo junto al otro capitán, se dieron a la fuga desestimando la anuencia de los jefes de base y no importandoles en absoluto lo que pasara luego. Así fue que los demás marineros con su propio comandante, concientes de su deber como salvavidas continuaron viaje y justamente en la línea imaginaria, se toparon con otro barco que traía en su popa a dos cadáveres encontrados por los buzos en las cercanías de un arrecife. Posteriormente; se enteraron que habían encontrado nuevos restos de otro bote que estaba encallado contra las rocas. Seguidamente, pensando que ya podían dar por culminada su importante misión de rescate, solicitaron permiso por radio para regresar a tierra, pero se encontraron con que el pedido había sido denegado. Posteriormente, recibieron la noticia que un helicóptero de la Guardia Naval estaba en camino con provisiones para toda la tripulación y también para recuperar los cuerpos de los desafortunados náufragos. Las nuevas ordenes eran que debian intensificar la búsqueda. Agotados los incansables guardianes de mar pero solidarios y sin perder el ánimo, igual continuaron rastrillando toda la zona durante dos días mas. Asimismo, ante la infructuosa y abnegada labor sin respuestas, decidieron de común acuerdo abandonar su trabajo, justo en el preciso instante que vieron aparecer un timido sol que atravesaba las espesas nubes. Aprovechando la claridad del día y con un binocular en mano, lograron descubrir que el tan buscado buque pesquero que daban por perdido, estaba frente mismo a sus ojos a una distancia aproximada de dos millas, mientras en lo alto del mastil se veían flamear los retazos de una vieja bandera roja, solicitando auxilio. Fue en ese preciso instante que todos gritaron a coro ¡Albricias! Lo hemos encontrado y poniendo nuevamente proa hacia la línea imaginaria de la frontera marítima, hicieron sonar ininterrumpidamente una docena de cañonazos al aire. De todos modos, aun no podían decir misión cumplida, pues ellos mismos, se encontraban ahora en problemas y mucho no podían avanzar pues los relojes del instrumental anunciaban que se estaban quedando sin combustible. Ante tal circunstancia imprevista, consideraron que nada podían hacer, solo esperar que la suerte y el buen tiempo los acompañara hasta que algun buque solidario llegara a rescatarlos. En tanto recuperaban la calma, se aprestaron a desplegar las velas y dejándose llevar por las sigzagueantes corrientes marinas que a esas horas comenzaban a aquietarse, retomaron la rutina diaria, sobrevolados por un centenar de gaviotas y pájaros silvestres que revoloteando bajito escoltaban la embarcación.

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